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Desde siempre, cada año íbamos a Viena para empaparnos del ambiente navideño en los mercados. ¿Nuestra tradición familiar? Cada año, el mismo escenario: perderse sin rumbo por la ciudad, beber ponche bajo el viejo ayuntamiento, castañas asadas y, para finalizar, un pastel en el Sacher. Como un reloj. Hasta que llegó nuestra pequeña "A". Luego todo cambió – llegó COVID, luego "T", otra vez COVID y finalmente "Z". Nuestra aventura vienesa fue puesta en pausa.
"¿Qué haremos el lunes antes de Navidad?" pregunta papá una tarde de noviembre mientras toma café. Y así, nace un plan: "¡Mercados navideños!" Una gran idea, hasta que se aclaran los detalles: Viena. En tren. Con tres niños. Mamá, que se desmorona con solo pensar en una visita al médico a 10 minutos en transporte público, tiene un mes para prepararse mentalmente. El gran día se acerca. Mamá hace las maletas, papá la detiene: "No vamos al Polo Norte, ¡una chaqueta es suficiente!" ¿Resultado? Una montaña de ropa y una aún mayor de aperitivos, suficiente para una expedición de tres días. La mañana de la partida es, como era de esperar, caótica. Los niños sienten la tensión, papá se convierte en director de orquesta y finalmente todo está listo. En el tren, los niños se entretienen con cuentos y meriendas. Al llegar a Viena, una rápida caminata de media hora nos lleva al mercado en Rathausplatz.
El viento frío y pequeños enfados – nuestros aventureros no se detienen. La atracción principal es un carrusel de dos pisos. El ambiente pasa de frío a eufórico. Salchichas, ponche para niños y la decoración de Viena – los niños están encantados, nosotros un poco nostálgicos. "Ya no es lo mismo", susurramos. Pero pronto es hora de partir. De regreso en el tren, los niños cuentan sus impresiones y planean cuándo volverán a Viena. Mamá se relaja en el asiento sorprendentemente cómodo. Hacía tiempo que no viajaba en tren, con el sabor amargo de sus viajes semanales al internado, cuando los peores trenes hacia Ostrava estaban abarrotados todos los viernes y domingos, y estar de pie en el pasillo sin estar cerca del baño era un lujo. Seguro que volveremos en tren.
Y a pesar de todas las peripecias, admitimos: "¿Viena? ¡Valió la pena!"

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